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miércoles, 30 de marzo de 2016

No convoquen la COP22, no confiamos en ustedes.

[Const.Puentes] No convoquen la COP22, no confiamos en ustedes

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Osver Polo

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¿Está la COP21 de París a la altura de las circunstancias?
13 de diciembre de 2015

No convoquen la COP22, no confiamos en ustedes

Ante la clausura de la COP21 de París y la publicación del texto en el que se explican los acuerdos finales, Samuel Martín-Sosa escribe la última de susCrónicas desde París evaluando el texto y lo ocurrido en la cumbre

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COP21 París: el Acuerdo de la desgracia

Cuando semanas antes de la COP21 de París, diversos organismos evaluaban el alcance de las promesas de reducción hechas por los diferentes países (las llamadas INDCs), resultó en seguida claro y meridiano que con eso no llegaba para contener el aumento de temperatura por debajo de 2ºC en la temperatura media a final de siglo respecto a la era preindustrial, pues nos situaba, según diversas estimaciones, en un aumento entre 2,7 y 3,7 ºC . Christiana Figueres, secretaria general de la Convención, lo justificaba diciendo que los países tienden a ser conservadores en sus estimaciones porque no les gusta que luego les saquen los colores. Una búsqueda desesperada de optimismo. En cualquier caso, en el sentir colectivo quedaba el entendimiento tácito de que estos días durante las negociaciones los líderes mundiales nos iban a explicar cómo piensan rellenar ese hueco entre lo que la ciencia dice y lo que los países ofrecen. Estos días en París uno de los climatólogos más famosos y reputados, Kevin Anderson del Tyndall Center (Reino Unido), alertaba contra el hecho de que esas contribuciones que nos llevarán a buen seguro por encima de los 3ºC, contemplan todas ellas, emisiones negativas. Es decir, las emisiones reales que los países planean soltar a la atmósfera son mucho mayores, pero tienen la esperanza de compensarlas de alguna manera en el futuro con algún milagro tecnológico, como veremos más abajo.
En cualquier caso esa explicación esperada, no se ha producido. Al contrario. Los líderes mundiales han jugado a las palabras. Durante las negociaciones han llegado a fantasear con ser más ambiciosos y atreverse a poner un objetivo de 1,5ºC, en respuesta a las peticiones de los países más vulnerables. Mientras acariciaban esta idea imaginaban sin duda los focos de la prensa el día del anuncio de un acuerdo histórico que cambiaría el devenir de la humanidad y salvaría, por ejemplo, a los pequeños estados insulares de desaparecer... Finalmente el texto incluye una declaración bastante pueril:
Mantener el incremento de la temperatura media global de la tierra bastante por debajo de 2ºC y hacer esfuerzospara limitarla a menos de 1,5ºC respecto a niveles preindustriales...
¿Que significa bastante? ¿1,6ºC?, ¿1,9ºC? ¿Y qué quiere decir que harán “esfuerzos” por dejarla bajo 1,5ºC? ¿A quién se lo vamos a decir, si vemos que alguien se porta mal y no hace “esfuerzos”? ¿De qué mecanismo internacional nos hemos dotado para medir si se hacen o no esos esfuerzos, o para sancionar al que no los hace? Nos hacemos trampas a nosotros mismos. Si no fuera algo tan serio daría risa. A lo mejor si eres blanco, rico y vives en el Norte, 2ºC es un umbral aceptable de seguridad. Pero 2ºC significa la muerte para muchos seres humanos del planeta, con lo que este es el acuerdo de la desgracia, de la muerte anunciada. Unas muertes que estamos aceptando y de las que somos responsables al firmar el texto.
Alguien podrá decir que los acuerdos internacionales son así, que tienen ese lenguaje ambiguo. No es cierto. Tomemos como ejemplo un acuerdo comercial en el que un país incumple una cláusula, por lo cual es llevado ante un tribunal de arbitraje. ¿Se imaginan que el país acusado se defendiera diciendo que no lo ha conseguido pero que ha hecho esfuerzos? Naomi Klein señalaba una cosa muy importante en París antes de ayer cuando se dirigió a miles de personas que nos congregamos en la Zone d’Action pour le Climat (ZAC, la cumbre alternativa, de la sociedad civil, a la COP21): ’los acuerdos comerciales tienen dientes, los climáticos no’. Donde dice dientes, léase sanciones.

Da igual 2ºC que 1, 5ºC o que 1ºC

Lo tristemente cierto es que hubiera dado igual que el artículo del Acuerdo que hace referencia al objetivo de temperatura hubiera optado por un objetivo más ambicioso, o por una redacción menos difusa de este estilo:
“Nos comprometemos a limitar el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5ºC”
No hubiera cambiado nada. En primer lugar porque es un brindis al sol. Muchos científicos honestos están diciendo claramente que este objetivo es ya inalcanzable. Es un objetivo de temperatura que se compadece con una concentración de en torno a 350 ppm de CO2eq en la atmósfera. Hoy día la temperatura ya es 1ºC superior a la era preindustrial, y este año superaremos las 400 ppm en la atmósfera. Todo el CO2 que hemos puesto ya en la atmósfera, tendrá una respuesta de aumento en la temperatura en los próximos años [1].
En segundo lugar porque no puedes decir que vas a ir al Sur y acto seguido darte la vuelta y dirigirte hacia el Norte. Y eso es exactamente lo que el acuerdo de Paris hace. El acuerdo de Copenhague de 2009, punto de inflexión en el que empezó el proceso que concluyó ayer en París decía:
se requieren fuertes reducciones de las emisiones mundiales, a la luz de la ciencia.... que permita mantener el aumento de la temperatura mundial por debajo de 2 ºC, y nos proponemos tomar medidas para cumplir este objetivo de conformidad con la ciencia y sobre la base de la equidad”.
Vayamos por partes con los resaltados del párrafo anterior:
¿Qué es lo que se ha acordado en relación a reducción de emisiones? Ninguna cantidad concreta. Las propuestas que existían de porcentajes de reducción para mitad de siglo, que ya eran de por si harto insuficientes, se han eliminado. Así, los borradores anteriores al texto definitivo incluían una meta que fijaba en 2050 recortes de entre el 40% y el 95% de las emisiones respecto a 2010. Esto ha desaparecido, como también lo ha hecho el objetivo a largo plazo, más genérico, de conseguir la descarbonización de la economía.
¿Cuándo se ha acordado empezar a reducir las emisiones globales? “Cuanto antes posible”. No es broma, es lo que pone el texto. ¿Y eso que significa?, se pregunta uno. Pues básicamente que cuando nos venga bien, ya si eso nos ponemos.
¿Se van a tomar medidas? Pues no se sabe, porque las INDCs no serán vinculantes, es decir, además de largamente insuficientes, ni siquiera serán de obligado cumplimiento. Condición impuesta por EEUU para poder ratificar el acuerdo. Eso sí, las revisaremos de forma obligatoria en 2018 y se podrán mejorar al alza en 2020. Pero ¿de qué servirá esto? Puedo estar obligado a que se revisen mis contribuciones, puedo proponer mejorarlas, pero da igual si no las cumplo.
¿Se actúa de conformidad con la ciencia? La ciencia dice claramente que hay que dejar la mayor parte de los combustibles fósiles en el subsuelo. El acuerdo de París no dice nada de eso, antes bien, opta por el camino contrario como veremos. Es más ni siquiera habla de combustibles fósiles. Inaudito que ni se mencione al culpable.
¿Se hace en base a la equidad? Bueno lo cierto es que a pesar de la insistencia de muchos países del Sur global para incluir los derechos humanos en la parte del articulado relativo al objetivo del acuerdo, las resistencias de los países ricos han hecho que este tema solo aparezca en el preámbulo, es decir, nuevamente como una declaración de intenciones, que no compromete a nadie, y de la que nadie es responsable. Bastante es que se haya frenado en parte la insistencia de algunos países ricos, liderados por EEUU, de borrar de un plumazo el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas sobre el que se asienta la convención.
Es decir, de lo que se dijo en Copenhague que había que hacer, París no asegura nada de lo importante.

El agujero negro del acuerdo

Pero lo realmente peligroso de este acuerdo lo aporta un término aparentemente inocuo, que ha ido cambiando a lo largo de los borradores. En las primeras versiones del texto se hablaba de “emisiones netas”. En los últimos borradores el término había cambiado a “neutralidad climática”. En el acuerdo final se habla finalmente de “equilibrio’. Equilibrio entre las emisiones antropogénicas y la capacidad de absorber esos gases. Estamos hablando en cualquier caso, de lo mismo. Esta es la razón esencial por la que es irrelevante el objetivo de temperatura que se fije. No podrá cumplirse porque la agenda oculta bajo este “equilibrio” del que habla el acuerdo es que se puede seguir emitiendo CO2, se puede seguir quemando combustibles fósiles; todo lo que tenemos que hacer es compensarlo para que el balance final sea neutro. Lo comido por lo servido.
¿Y cómo se hace esto? Una forma es con mercados de carbono. Los mismos que se han mostrado ineficaces (e injustos) a la hora de solucionar el problema. Y otra, la principal amenaza, con geoingeniería [2]. Particularmente con tecnologías de captura y almacenamiento de carbono. Los ojos están puestos en concreto en la Bionenergía con Captura y Almacenamiento de Carbono (BECCS, por sus siglas en inglés), una tecnología consistente en plantaciones masivas de biomasa- que capta CO2 durante su crecimiento-, que serían quemadas en centrales térmicas a cuyas chimeneas se les acoplaría tecnología de captura de carbono, que sería posteriormente enterrado. El problema es que BECCS no existe, es ciencia ficción. Es decir, estamos confiando la reducción de emisiones a un milagro tecnológico que no existe, en lugar de hacer lo que tendríamos que hacer: dejar de emitir.
Además, aunque en el futuro se solventaran los obstáculos tecnológicos relativos a la captura y almacenamiento de carbono, el nivel de despliegue que esta tecnología requeriría para tener un impacto significativo sería inasumible. Para capturar mil millones de toneladas de CO2, necesitaríamos hasta 33 veces más suelo del que hoy se usa para cultivar biocombustibles, necesitaríamos asímismo aumentar en un 75% el uso de fertilizantes nitrogenados, y necesitaríamos hasta 7 billones de m3 adicionales de agua dulce. Por otra parte, las emisiones de óxido nitroso, otro gas de efecto invernadero, aumentarían hasta suponer tres veces las actuales. Y para cumplir con las predicciones de temperatura del IPCC, necesitaríamos un desarrollo de BECCS en una escalade 2,7 veces este escenario.

Guiño a la desinversión pero sin medidas

Además el acuerdo hace un guiño sin compromisos a la desinversión fósil. Establece un compromiso de:
hacer que los flujos financieros sean consistentes con una senda baja en emisiones de carbono”.
Sin embargo, nuevamente esto no compromete a nada porque no se establecen las medidas para forzar este cambio. Es importante recordar que los combustibles fósiles son fundamentales en la acumulación de capital: hacen funcionar las máquinas, disciplinan el trabajo, y permiten el acceso al resto de recursos minerales. El sector financiero no tiene ni un solo incentivo real para desinvertir. Desde luego no van a desinvertir por que lo diga la ciencia, a no ser que les obligue la política. Y los mismos políticos que hacen ese guiño “bien-queda”, son los mismos que se han olvidado de meter la aviación y el comercio marítimo internacional en el acuerdo. La aviación es responsable del 5% de las emisiones globales y el comercio marítimo del 3%. Nada baladí. Pero tocar estos sectores es poner en entredicho el núcleo del sistema. Y la propia Convención Marco de Cambio Climático estableció una clausula en la que protegía el comercio [3]. Entonces, ¿de qué desinversión nos hablan los líderes mundiales?

No confiamos en ustedes

La COP21 ha sido otra COP de la procrastinación. ¿Donde se ha visto el sentimiento de urgencia? Seguimos dando patadas al balón hacia adelante sin tomar decisiones que posponemos para mañana. Y mientras tanto, cada cosa que seguimos haciendo hoy, nos condena a décadas de más cambio climático. Cada infraestructura que construimos, cada avión nuevo que se pone en funcionamiento, cada central térmica que se autoriza, cada permiso de fracking que se concede. La gente ha dicho basta. Miles de personas de la sociedad civil que se han congregado estos días en París, han decidido que es la gente la que va a decidir el futuro. Vamos a apropiarnos de las calles, porque no confiamos en los líderes políticos que se han reunido estos días en Le Bourget. Esta gente debería haber protegido el clima, el planeta, la biodiversidad, la gente, los derechos humanos. En su lugar, ¿a quién han protegido? A las empresas contaminantes, a los 5,3 billones de dólares de dinero público que reciben cada año, a los 55 billones que vale la infraestructura energética del mundo, a los 28 billones de valor nominal de las reservas de combustibles fósiles, al agro-negocio y sus planes de agricultura climáticamente inteligente,....no merecen nuestra confianza.
La gente tenemos que adueñarnos de nuestro futuro. El panorama es desesperante pero, como se leía en una pancarta de la manifestación de ayer de París “La Acción es el antídoto contra la desesperación” Para 2016 la sociedad civil ya ha anunciado nuevas acciones. Nosotros no esperaremos a 2018. Iremos a cerrar las centrales de carbón, como se ha hecho este año en Alemania, a bloquear la perforación de pozos de fracking, a evitar que perforen el Ártico. Cerraremos a los culpables. Tomemos el control.

Notas

[1] Eciste un desfase temporal desde que se producen las emisiones hasta que la temperatura aumenta en respuesta a ese aumento de emisiones. El CO2 permanece cientos de años en la atmósfera
[2] La geoingeniería es la manipulación del clima a escala planetaria
[3] El artículo 3 de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático dice:
’Las medidas adoptadas para combatir el cambio climático, incluidas las unilaterales, no deberían constituir un medio de discriminación arbitraria o injustificable ni una restricción encubierta al comercio internacional.’

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